Tengo nombre de libro y de aventuras.
Incluso se supone que soy amiga
de un conejo blanco que un día encontré
corriendo como corren los conejos
en un extraño bosque.
¿A que lo que te digo algo te suena?
Claro, me llamo Alícia, pero no creas
que he salido de las páginas con letras
de un libro fantasioso.
Eso sí, aunque no soy famosa,
mi nombre es,
para mí, el nombre más precioso.
La otra Alícia, la de la historia,
era rubia y tenía ojos de niña inquieta
—por si no lo sabes, el color de ese tipo de ojos,
es un color indefinible,
entre verde y atrevido,
entre marrón y alegre,
un color de esos que usan solo los pintores
que hacen cuadros distintos
y muy-muy originales) —
Yo, sin embargo, no soy rubia,
pero soy alta, y si me miro al espejo,
en vez de ver puertas mágicas
que se abren y llevan a intrincados laberintos
lo que veo es a una niña,
—¡Y no creas que eso es poco! —
Aunque sí me fijo en el cristal de ese espejo,
en realidad, no es a una niña a la que veo,
sino a una preciosa mariposa.
Los mayores creen que los niños somos
menos de todo…
menos que ellos…
Sé que piensan que somos personas pequeñas
que no hemos crecido lo suficiente
para entender el mundo
—¿Pero es que tú crees que ellos, los mayores, sí lo entienden? —
Ellos, los mayores, no tienen tiempo
para dedicarse un ratito a saber quiénes son
frente al espejo.
Por eso, si supieran que yo soy una niña mariposa
se echarían las manos a la cabeza
—y yo, para disimular la risa,
me las pondría juntas, tapándome la boca—
Pero, sí, soy una niña mariposa.
Tengo alas aladas que invisiblemente
me llevan a lugares increíbles,
lo que no me impide estar, aparentemente,
en el supermercado,
pero, con mi imaginación,
estar en el lugar más bonito y alejado.
Lo curioso es que las alas no las llevo a la espalda
sino puestas, desde que nací,
en un lugar que no sospechas: en mis pies.
Soy mariposa danzarina.
Bailarina de bailes en el aire.
Malabarista, con los pies,
que flota como una pluma
y, como ella, me dejo caer
o andar, o cruzar, o pasear, por todas partes.
De pequeña soñaba con vivir siempre en el aire,
lo que viene a ser, según dice mi padre,
desear firmemente ser un ave.
un pajarillo volador,
una viajera con alas para viajes…
Pero no, yo no quería ser pájaro.
—Los pájaros acaban enjaulados, ya se sabe,
y a mí los barrotes me producen una alergia
que es extraña e incurable—
Yo quería, quiero ser mariposa volante.
Además, y esto es un secreto
que quiero que por siempre guardes,
soy maga con las palabras y el lenguaje:
mientras danzo de puntillas con mi mente,
o sobre el suelo jaspeado de mi casa,
invento palabras que no existen
—¡Por eso hay que inventarlas! —
Y, por ejemplo, llamo pantapalón
a lo que usas para vestirte
cuando no quieres ponerte
ni vestido ni falda.
¡No me digas que no es graciosa la palabra!
Pues eso, lo dicho. Ahora que ya nos conocemos
puedes decir que sabes que existo.
Que hay, cerca de ti, muy cerquita,
una niña que se llama Alícia,
que no vive en el país de las maravillas
pero es mariposa inventora de palabras divertidas.